Apostada en un singular rincón, de una extensa braña en la falda norte de Peñasagra, observa pasiva el devenir del ganado y el olisqueo de trote en trote de la fauna salvaje.
Esta antigua y tristemente denostada cabaña, persevera a duras penas en permanecer sobre sus cimientos.
En los tiempos que corren quién se preocupa de un puñado de piedras. Unas piedras que son símbolo de un estilo de vida "recio" en la que el hombre se servía de lo que la naturaleza amablemente ofrecía, no de lo que él la exigía, en un sistema sostenible.
En estas Cabañas-chozo los pastores se han refugiado durante siglos del miedoso frío de la noche, del lúgubre aullido del lobo acechando en la mata.
Junto con ellos en ocasiones, o en otros recintos similares, albergaban a recién nacidos terneros o corderos.
Muchas son las cabañas que sostiene Peñasagra, ya son tantos los siglos de romance entre estas chozas y las verdes majadas que se funden en uno mimetizadas en el paisaje y poco a poco se diluyen piedra a piedra desperdigándose en el entorno como si allí no hubiese pasado nunca nada, soportando el futuro entre la maleza olvidadas.
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